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La Tradición Hermética
Federico González
(Capítulo IV de La
Rueda, Una Imagen Simbólica del Cosmos, de Federico González. Ed. Symbolos,
Barcelona, 1986)
La tradición hermética
deriva su nombre, nada menos que de Hermes, dios griego, el Mercurio
romano, y sobre todo del mítico Hermes Trismegisto, todos ellos
instructores y educadores de los hombres, mensajeros de los dioses,
personaje que aparece en casi todas las tradiciones bajo distintas
formas, como emisario o intermediario entre cielo y tierra, siempre
vinculado con lo que vuela, por lo que se lo suele representar con atributos alados. Asimismo se lo relaciona con
audiciones, recepciones y transmisiones de mensajes. Es decir, con doctrina (1),
ciencia, sabiduría y revelación. La palabra tradición viene a
significar en cierta forma lo mismo que lo anterior (2),
por lo que la expresión tradición hermética pudiera parecer una
redundancia, si no se quisiera destacar, por el aditamento de esta
última palabra, un origen revelado neto -como también señalar una
circunstancia histórico cultural referida específicamente al
Occidente y a los orígenes de su civilización. Por otra parte, el
término que nos ocupa es también claro en cuanto indica una vía de
conocimiento determinada, relacionada con los misterios menores,
llamados también mundo o plano intermedio, en el camino iniciático,
expresando además la idea de la obscuridad y silencio, inherentes a
este sendero, refiriéndose igualmente a su naturaleza
misteriosa.
La tradición hermética
es, pues, una forma de la tradición unánime, universal y primigenia
-adecuada al ropaje histórico y a la mentalidad
de ciertos pueblos y ciertos seres- que se ha manifestado aquí y
allí, conformando y organizando la cultura y la civilización. El
dios Hermes es solidario con el Toth egipcio (3),
puesto que, como él, representa sabiduría e interpretación
hermenéutica, y virtudes de profecía, atribuidas también a Enoch y a
Elías artista -patrono de la alquimia-, arrebatados ambos al cielo
en un carro de fuego (vehículo francamente solar) y de los que se
dice no están muertos, sino vivos, como otros personajes análogos de
distintas tradiciones, de los que se aguarda su segunda aparición al
fin de los tiempos, así como los cristianos esperan la parusía del maestro Jesús, rey de los judíos, Cristo Rey, que encarna en
forma humana, para revelarnos la verdadera vida: transmisión que lo
convierte en salvador y redentor. Históricamente no es demasiado
difícil de advertir, que los mitos y símbolos esotéricos egipcios,
judíos, griegos romanos, cristianos, árabes y mediterráneos en
general conforman un conjunto que se puede relacionar directamente
con los pueblos occidentales; y que esta influencia espiritual,
aunque no tome formas religiosas, es indiscutiblemente válida por la
pureza de su origen, y por el desarrollo concatenado de transmisión,
protagonizado por sabios, profetas, guerreros y "artistas". Esto no
excluye que el conjunto de enseñanzas al que nos referimos sea
perfectamente solidario con otros de distintas épocas y latitudes, y
hasta idéntico a ellos, más allá de los disfraces formales. En el
caso particular que nos ocupa -el del emisario divino que reúne en
sí la posibilidad unificada de lo que repta y lo que vuela, de la
tierra y el aire, que han debido ser separados para complementarse
adecuadamente a través de la pasión y el amor-, este hecho es claro
y probatorio de la unidad arquetípica de todas las tradiciones, ya
que esta oposición-conjunción, se halla manifestada por doquier. Lo
que sí nos interesa ahora es destacar que las ciencias y artes que
se han dado en llamar la tradición hermética tienen un origen común,
que se manifiesta históricamente a lo largo de la vida de Occidente,
y que se expresa por intermedio de una serie de disciplinas y
trabajos, mitos y símbolos, que constituyen un código coherente,
susceptible de ser transpuesto a todos los códigos y sistemas
tradicionales, pues en verdad ellos expresan y se proponen lo mismo:
revelar un conocimiento oculto, permitiendo de esta manera la
conquista del verdadero estado humano, el ser original, que todo
hombre ha perdido por la caída, y que lo coloca en una situación
infrahumana con respecto a sí mismo, motivo por el que ha de
restaurar su verdadero Yo, que se halla oculto en su interior, tan
sólo vivo en forma potencial, y que debe
actualizar, por la memoria de sí y el recuerdo del arquetipo
original, con fe y amor, gracias a la doctrina tradicional, conocida
en este caso con el nombre de hermetismo. Que le permite re-nacer (4) al estado auténticamente humano, de cara al cual los estados
inferiores (5) aparecen como sueños, o ensayos, o proyectos ilusorios, o mera
tontería, por no decir estúpida vanidad.
Estas disciplinas, o
vehículos, llevan al aprendiz -a través del mundo intermedio- y lo
colocan frente al tabernáculo, en el corazón del templo, en el eje,
que igualmente comunica con la cripta o caverna, el país subterráneo
de los muertos, o mejor, en el interior del sagrario, desde donde
podrá iniciar su ascensión vertical, hacia la cúpula o la sumidad,
que simbolizan la salida del templo o del cuerpo, lo supracósmico o
lo suprahumano. Hace tiempo que ha recibido las aguas bautismales.
Incluso ya se ha liberado de las pruebas del laberinto de las
formaciones. Convertido ahora, por la comunión solar, en el Rey del
Mundo, el aspirante podrá entonces ser absorbido enteramente en la
función sacerdotal y escapar de la cosmogonía, que se le ha
revelado, utilizando su identificación con ella como un soporte vivo
de transmutación inefable. Oficio de guerreros y caballeros, lo es
también de sabios y artistas, es decir, de astrólogos y alquimistas,
e incluye la maestría en el conocimiento. No poco es este
conocimiento, en el caso de la astrología y la alquimia, disciplinas
que conforman el hermetismo o la tradición hermética -los
misterios menores de la antiguedad-, pues se
refieren respectivamente al conocimiento del cielo y de la tierra,
constituyendo ambas el saber de la cosmogonía completa, la ciencia
de los ciclos y la ciencia de las transmutaciones: la "arquitectura"
experimentada en forma directa (6).
Históricamente se puede
detectar en numerosos puntos de la cultura occidental la aparición
de corrientes de ideas, creencias, sistemas y puntos de vista
herméticos, es decir, esotéricos, dentro
del exoterismo de tal o cual período determinado. Si nos atenemos a
la cronología cristiana, estos acontecimientos ideológicos aparecen
no sólo en determinados momentos históricos -conformando períodos
enteros, como en la Edad Media europea-, sino que también
constituyen los antecedentes de ciertos personajes y hechos
científicos, filosóficos, históricos, literarios, y aun el origen de
todo un código, como en el caso de la astronomía y la matemática.
Conviene, pues, situarse en algún segmento más o menos claro y
computado del devenir temporal y evaluar un muestreo de
acontecimientos culturales-históricos, a fin de ilustrar esta
exposición, que no pretende ser un estudio histórico o sociológico.
Podemos ubicarnos
entonces en la Alejandría del siglo III de nuestra era y observar la
multitud de ideas, concepciones y personajes, tradiciones y culturas
-incluso la hindú y la budista-, que confluyen allí, constituyendo
una verdadera encrucijada de caminos, un punto de concentración de
una serie de energías análogas, venidas de varias y diferentes
direcciones, las cuales han de conformar posteriormente las diversas
facetas de nuestra cultura. En aquellas fechas y lugar podemos
encontrar al cristianismo de los primeros padres conviviendo con el
gnosticismo, ambos de origen oriental. Al pensamiento griego, en
particular el neo-platonismo -que ha de aparecer como una constante
a lo largo de la historia de Occidente- mezclado con la tradición
hebrea, y con los fragmentos de civilizaciones como la caldea, la
egipcia, las del Irán, y otras, algunas de ellas perdidas u
olvidadas por nosotros. No intentaremos tampoco en este ensayo, dar
una visión más o menos clara de estos hechos, ni siquiera de brindar
un panorama. Remitimos al lector a la numerosa bibliografía al
respecto, obra de auténticos especialistas. Desde nuestro punto de
vista, destacamos estas coordenadas espacio-temporales, como lugar
de reunión y posterior expansión de las ideas de la Tradición
Unánime, de la filosofía perenne y universal, de la doctrina, que
han llegado a nosotros con el nombre de tradición hermética. Es
también muy interesante subrayar que estas ideas, a través de los
siglos, se han mantenido vivas hasta nuestros días. Y no sólo han
sobrevivido simplemente, sino que han constituido, y aún
constituyen, la trama invisible de ciertos acontecimientos
revivificadores de la historia del hombre occidental, sin la cual
esta historia, y este hombre, hubieran desaparecido ya hace largo
tiempo.
El andamiaje de ideas a
que nos estamos refiriendo, ha de permanecer más o menos incólume y
ser considerado como la sabiduría siempre oculta y esquiva, pero
presente en la vida pública de la ciudad y el pueblo -como una
herencia cultural imperecedera-, hasta aproximadamente el siglo
XVII. Y seguirá constituyendo la médula cultural de Europa. Pero, a
partir de entonces los valores más profundos, puestos en crisis por
el mal llamado "humanismo", se degradarán hasta la negación de toda
posibilidad de tradición y doctrina, el
desconocimiento de cualquier esoterismo, y la ignorancia total
referida a lo que se entiende por iniciación (7).
Se ha pasado entonces a la profanación de lo sagrado y a la
desacralización de la vida y la realidad, por lo que todo comienza a
ser empírico e insignificante (8).
No es que esto no
hubiese ocurrido anteriormente -o, inversamente, que en la
obscuridad actual no exista la luz-, pero nos estamos refiriendo
ahora al tono particular de un determinado ciclo. Este ciclo que
tratamos, es, en términos generales, el de la cultura llamada
occidental. Y está, como todo ciclo, encadenado a otro, que a su vez
lo está a un tercero, y así sucesivamente. Pero esto no es todo:
cada ciclo es un fragmento de otro mayor y cada una de sus partes
puede ser un ciclo completo en sí, con sus sistemas de subciclos, y
de este modo indefinidamente. Todo son ciclos dentro de ciclos, y la
historia ejemplifica -de manera alarmante a veces- esta complejidad
tan sutil como enmarañada. Pero la doctrina aparece en cada uno de
ellos, de una u otra manera, por momentos brillando intensamente, en
otros declinando, o escondida en la obscuridad,
en el corazón de unos pocos. La tradición hermética ha estado
presente en Occidente desde sus orígenes históricos e ideológicos,
manifestándose a través de distintos grupos, personas o
instituciones. No nos referimos exclusivamente a la filosofía
griega, Pitágoras y Platón (9),
Plotino y Porfirio, Proclo, ni a la soteriología de los romanos
(Virgilio, Apuleyo) tampoco a los verdaderos gnósticos, ni a los
primeros padres de la Iglesia, sino que queremos destacar el enorme
cúmulo de hermetistas occidentales cristianos y esoteristas judíos e
islámicos, que tanta influencia tuvieron sobre los constructores de
la Edad Media y entre alquimistas, rosacruces y algunas órdenes
caballerescas de diferentes tipos, de las cuales deriva la
Masonería, organización iniciática nacida históricamente en el siglo
XVIII, aunque de orígenes mucho más antiguos -inclusive míticos-,
que afortunadamente ha permanecido hasta la fecha, aunque
desgraciadamente es casi desconocida, aun para los propios
integrantes de sus cuadros, en razón de la degradación cultural
cíclica, que se da en todos los órdenes y lugares, cada vez más
progresiva y veloz, y que ha hecho a la verdad tanto más misteriosa
y secreta, como si se hubiera retirado realmente al interior de sí
misma y hubiese que buscarla, o sacarnos los velos psicológicos que
nos la ocultan de nosotros mismos. Sin embargo, la Masonería sigue
otorgando la iniciación en sus logias y ésta es perfectamente
válida, dado que se trata de la transmisión regular de una
influencia espiritual. Son muchas las logias que en Europa y América
están trabajando muy seriamente y son bastantes los adeptos que
revitalizan los valores originarios.
Con respecto al
Occidente moderno, podemos aceptar que las tradiciones religiosas
que actualmente lo conforman y que están presentes en mayor grado en
su cultura, son la judía, la cristiana y la islámica, o sea, las
denominadas "del Libro". El judaísmo tiene en su religión su propia
tradición y ciertos rabinos se dedican a la cábala, a las relaciones
entre letras, palabras y números, al estudio, al rito y la
meditación. En cuanto al Islam, su parte exotérica y su esoterismo
están muy poco diferenciados. Religión del desierto, se la vivencia
en forma individual, y sus prácticas, totalmente interiores, no
precisan de imaginerías ni ritos complicados. El sufismo, es
conocido, es la expresión del esoterismo islámico. En cuanto al
cristianismo, y más específicamente al catolicismo, diremos que
muchos de sus miembros han pertenecido en diferentes épocas a
órdenes herméticas de esoterismo cristiano. Papas, arzobispos,
obispos, cardenales, sencillos abades, o párrocos, o humildes
monjes, han encarnado el conocimiento. Y no sólo entre los doctores
y los sabios de la Iglesia, sino también entre sus santos y sus
mártires, comenzando por los apóstoles. Sólo nos bastará con
mencionar algunos nombres, dentro del esoterismo cristiano, que
prueban la continuidad y la importancia de éste, no sólo en cuanto a
la Iglesia como institución y al catolicismo como religión se
refiere, sino en cuanto representa históricamente las raíces mismas
del pensamiento occidental. Así, por ejemplo,
deberíamos comenzar por Orígenes y los primeros padres de la
Iglesia, para continuar con el cristianismo ortodoxo de Oriente (10),
hablar del monaquismo en Irlanda, de San Benito y la constitución de
las diversas órdenes de monjes religiosos, para pasar a San
Bernardo, al Císter y la caballería, mencionando nada menos que a
Dionisio Areopagita en el siglo V, y también a San Agustín, para
llegar a Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, y al Maestro Eckhart.
En este punto, es importante la aparición de un ambiente iniciático,
el de los místicos de Munich, que fue para Eckhart lo mismo que la
orden de los Fedeli d'Amore para Dante. Asimismo, deberíamos
recordar a los artistas medioevales (Nicolás Flamel, Basilio
Valentino, Bernardo Trevisano) y al hermetismo cabalístico
cristiano: Raimundo Llull, Nicolás de Cusa, Marsilio Ficino y Pico
de la Mirándola. También a Jacobo Boehme, Cornelio Agripa, Francesco
Zorzi; y los magos isabelinos, hasta Robert Fludd y los mencionados
rosacruces.
De esta manera podríamos
recorrer los ciclos de las historias particulares -inscritos dentro
de otros más amplios- y establecer las legítimas vinculaciones y las
relaciones insospechadas de todo tipo, entre diversos
acontecimientos sin conexión aparente, que nos harían ver y conocer
otra historia. Y ese es el valor que en verdad tiene la historia de
los personajes y los pueblos, el de poder ser tomada como un código
de señales significativas o significantes, como un discurso
salpicado aquí y allá de detalles reveladores. Un lenguaje
criptográfico, que pudiera irnos dando una especie de espectro o
panorama -de encuadre en el tiempo-, en el que leyésemos como en un
libro abierto, el libro de la vida, cuya lectura ha de llevarnos a
la inmortalidad a través del conocimiento de los ciclos universales,
análogos a los ciclos de los hombres.
El conocimiento de "otro
tiempo" en verdad está incluido en la ordenación o iniciación
hermética, que supone la vivencia directa de una cosmogonía y la
iniciación en sus misterios. Y sólo se lo ha querido traer aquí para
mostrar el influjo espiritual de la tradición hermética, bajo
distintas formas, hasta nuestros días, en Occidente. Incluso el
cristianismo ofrece una iniciación virtual por intermedio del
sacramento del bautismo, o regeneración por las aguas, motivo por el
cual las personas interesadas en este tipo de temas a los que nos estamos refiriendo, no tienen necesidad de
acudir a tradiciones extrañas a la suya, aunque de ninguna manera
debieran desecharlas, pese a la dificultad que algunas veces se
tiene de identificarse con ellas (11).
El
alquimista y el astrólogo trabajan solos. Así se los puede ver en
numerosos grabados de la iconografía hermética. O bien estudiando,
meditando u orando, cuando no absortos en la contemplación de sus
hallazgos (12).
La obra hermética se produce en la interioridad del athanor (analógicamente, del templo del hombre). Lo cierto es que esta
tradición propone el conocimiento mediante el estudio de la
cosmogonía. Estudiar las leyes cosmogónicas no supone la erudición
literal, o el cómputo de detalles banales, que para estas
disciplinas son cosas secundarias, si no a veces entorpecedoras.
Conocer la cosmogonía supone ser uno con ella. Estar vivo o haber
nacido al verdadero estado humano. Este hecho asombroso incluye una
pérdida y un hallazgo de identidad, una muerte y una resurrección,
que se realizan innumerables veces en varios años, en el athanor del alquimista, su interioridad. Y le da también la materia con
qué seguir trabajando en este proceso alquímico, llamado también de
iniciación en la senda del conocimiento y de la vida real.
Conocer una cosmogonía
significa vivir el mandala tridimensional del cosmos.
Comprender la revelación de un universo y sus leyes, absolutamente
diferente del que nos fue enseñado. Donde los valores son tan otros,
que únicamente pueden ser percibidos por medio de una total
conversión psicológica. Este proceso necesita de un orden y de un
trabajo. No sólo tiene enormes riesgos de desviación de muchos tipos
(los cuales, generalmente, son parte del proceso), sino que puede
resultar casi imposible de realizar, por indefinidos motivos. Se
dice que es difícil, pero no imposible. En el camino pueden quedar,
entre otras cosas, la salud, la fama y la honra, es decir, toda
seguridad. Pero la recompensa es la identidad, el conocimiento, el ser. El aprendiz de alquimista está
dispuesto a la realización espiritual, que incluye el conocimiento
vivo de las leyes del cosmos, en definitiva, el conocimiento de sí
mismo, y de la realidad, del orden, de la vida. Recibirá, pues, lo
que ha deseado, siempre que su trabajo sea paciente y sacrificado (13) y pase las pruebas de los héroes mitológicos. Debe llevar su trabajo
hermético a todo nivel en su vida y su cotidianidad, pues se trata
de la recuperación de la luz -la lucidez-, utilizando el emotivo
fuego de la sangre. El estudio de las
disciplinas herméticas y de los textos mágicos, se alternará con la
constante meditación y el trabajo interno, sagrado, y se sorprenderá
entonces de verse cada vez más extranjero en el mundo de las causas
y efectos (14).
Ese espacio interno podrá albergar las estructuras con las cuales
construir un nuevo cosmos, o mejor, las descubrirá en sí mismo y
manifestándose por doquier. Podrá entonces vivir de la mañana hasta
la noche -y en sus mismas horas de reposo- un nuevo mundo, cada vez
más asombroso, cuya característica es la riqueza y también el
esplendor. Siendo tanto lo que tiene en las manos, ha de tomar
conciencia entonces de su responsabilidad con respecto a sí, y
advertir que no ha sido por su mérito, ni un descubrimiento propio,
lo obtenido, sino que simplemente eso es así, y que, además, a él no
le pertenece. Y es más aún, reconocerá que su personalidad, tal cual
la imaginaba, no existe. Debe entonces procurar manejarse con las
estrategias propias de las artes marciales y equilibrar
constantemente el recorrido de su camino, el manejo de su vehículo.
Este arte requiere una manipulación delicada y es probable que se
aprenda a golpes; al menos se trata de una ciencia de fuertes
contrastes. Pero, perseverando hasta el fin, logrará vivir en un mandala vivo, espejo del cosmos, donde toda cosa tiene
significado, en las tensiones y matices propios de la armonía y el
orden de lo creado, y de su sustento invisible y arquetípico. Habrá
conocido la cosmogonía, y luego del bautismo lunar de Juan, de agua
(de la ciencia de la escuadra), y de haber recibido el bautismo
solar de Jesús, de fuego (de la ciencia del compás), y cuando haya
culminado este último proceso, entonces podrá decirse que ha
comprendido la esencia de la tierra y el cielo, lo que es simultáneo
con su llegada al centro y equivale a estar ya listo para empezar su
ascenso vertical, pues ha finalizado con los
misterios menores.
Se trata pues de una
senda mágica, donde los mismos vehículos son reveladores (15). Y cuando nos referimos al término magia, va de suyo que no estamos
hablando de ninguna cosa de tono menor, donde los siempre mezquinos
intereses personales están en juego y la mera individualización
fenoménica es valorizada de acuerdo a patrones modernos y
materializados. Nos referimos a algo muchísimo más sutil y poderoso:
la auténtica estructura invisible del espacio y el tiempo, intuida
directamente, que no es ya algo exterior o ajeno a uno mismo y al
todo. Entre otras razones, se dice que el pensamiento analógico es
mágico, porque las asociaciones y correspondencias que él provoca
nos enseñan a pensar, nos hacen saber de qué se trata el oscuro
recuerdo del conocimiento. Y nos transforma en verdaderos seres
inteligentes, al hacernos partícipes de la naturaleza de nuestra
identidad. Esta transformación psicológica, y la fenomenología que
le corresponde, es mágico-teúrgica. Por
otra parte, existen sistemas iniciáticos especialmente diseñados
para transmitir estas verdades del pensamiento analógico. Estos
métodos están cargados con el influjo espiritual de quienes los han
dado a luz y con la energía de todos aquellos que han meditado en
ellos. Para eso han sido construidos -así como cualquier texto
revelador o sagrado, que sin este fin no hubiera sido escrito- y se
confía en su poder simbólico y sintético, que nos manifiesta la
cosmogonía a través de un mandala -o juego de
estructuras- para hacernos partícipes de ella, utilizando códigos y
símbolos como el árbol de la vida sefirótico o el
juego del Tarot.
De esta manera se
transmite la energía espiritual de la revelación y la persona que
está en condiciones de comprender podrá oír las voces y el llamado
de la Tradición y efectivizar su iniciación, es decir, comenzar el
camino del conocimiento. Para ese entonces seguramente la mayoría de
los candidatos han conocido bastante el mundo que los rodea, y de
una u otra manera, se han desilusionado de él; han tocado fondo con
respecto a lo que la sociedad actual puede ofrecerles como
atractivo, sobre todo en lo que toca al plano de la realización del
auténtico ser. Es decir, que han efectuado un trabajo de depuración
y selección con respecto a sí mismos, y esa búsqueda los ha traído a
los temas de la tradición hermética, que casi nunca se encuentran de
forma casual. A partir de un momento determinado -para el que hay
que estar preparado internamente- se produce el comienzo efectivo
del proceso de conocimiento. Las pruebas iniciáticas son posteriores
a ese punto y se las asimila al paso por el laberinto. Las
dificultades que cada aspirante haya encontrado hasta el momento de
la iniciación, deben tomarse sólo como circunstancias preparatorias,
por graves o significativas que fuesen.
De
aquí en más se va articulando un proceso que, transpuesto al plano
de lo temporal, ha de verse necesariamente como sucesivo y gradual,
y que comprende el conocimiento de siete, nueve, o más estadios (16),
según las diferentes tradiciones, y que se simbolizan en forma de
pirámide en el espacio, o bien, en el plano, con la espiral -o la
doble espiral- o con un juego de círculos concéntricos (los unos
dentro de los otros), que pueden sintetizarse en tres grandes
círculos o niveles, correspondientes a los grados de aprendiz,
compañero y maestro, y a los subgrados que hubiese entre uno y otro
de estos estadios.
Estas cosas son bien
sencillas de comprender, aunque no tanto de experimentar
honestamente, motivo por el cual cantidad de
personas no han hecho sino confundirse y confundir al respecto,
amparándose en la ignorancia de los demás, constituyéndose en
verdaderos impedimentos de la iniciación de los puros (17),
haciéndose de esta manera cómplices de fuerzas muy oscuras, que no
nos atrevemos a calificar, pero que pueden formar parte de este
proceso y también troncharlo definitivamente. Nos referimos
expresamente a aquellos que niegan la posibilidad de la encarnación
del conocimiento, a través de un desarrollo, y repudian de ese modo
la divinidad del Cristo interno, contra la unánime opinión de las
tradiciones. Son esas mismas personas las que, al no sentirse
cualificadas para esa empresa, se permiten juzgar a los demás de
acuerdo a la chatura y mediocridad de sus patrones, motivo por el
cual se condenan a sus propias limitaciones, sin que por eso su
deseo de dañar, y de hacer el mal, sea menos notorio. Cosa curiosa,
este tipo de seres son moralistas y ciertas veces pretenden conocer
algo del proceso iniciático. Son enemigos tan embozados como
pueriles, que piensan que la iniciación es una ceremonia física,
donde un extraterrestre impone las manos sobre un pobre ignorante y
éste se transforma inmediatamente en superman. La iniciación
sería, para estas personas, un diploma debidamente certificado y
garantizado por una religión oficialista, un premio por buena
conducta y puntualidad, una gratificación otorgada al mérito.
Tengamos mucho cuidado con los que "saben" acerca de la doctrina, el
misterio y la iniciación, falsos doctores de la ley que condenan el proceso de amor y pasión cristiana.
Esta gente suele ser la misma que aquellos otros oscuros sacristanes
de vocación, que pretenden ser "buenos" y "piadosos", por la bondad
y la piedad misma (18),
haciendo verdaderas competencias para medir quién es el mejor y el
mayor entre ellos, llenándose todos de una satisfacción soberbia,
húmeda y pringosa. Estos personajes, insignificantes en sí, pueden
hacer grave daño, repitámoslo, legalizándose tras una ortodoxia
mentida y una ubicación y un conocimiento falsos; y el aspirante
debe saber que son enemigos de su evolución espiritual, a los que
tiene necesariamente que vencer, en el plano de las ideas, porque es
probable que sean parte de las pruebas de su recorrido y no sólo
personas inocentes y equivocadas.
Asimismo, hay otra
especie que puede encontrarse a lo largo del proceso y que, junto
con la anterior, constituye un bloque muy marcado, que tiene de
común con ella el fingimiento, aunque el aprendiz ha de saber que innumerables peligros le aguardan en forma
de muchos personajes, que no son sino la proyección externa y social
de sus egos internos. Se trata, en este caso, de aquellos que
entienden que dominar las pasiones es ocultarlas (19).
Además, siempre con segunda intención, íntimamente asociada con el poder. Y no se permiten la menor demostración
de sus emociones, procediendo con la "habilidad" de los jugadores de poker, de gentes con "agallas", que actúan con "sangre fría. (20)
Con muchos conceptos
acontece lo mismo que con estos personajes, o egos, y son auténticos
riesgos. Sin ir más lejos, con toda la terminología actualmente en
uso, que corresponde a una lectura literal y materializada de las
palabras y los términos, con respecto al sentido con que fueron
concebidos. Esta confusión, este impedimento, no es un hecho
aislado, sino que, por el contrario, constituye una muestra de la
degradación cultural general de la sociedad moderna, cuyo jefe, es
necesario nombrarlo, es el príncipe de este mundo, que, como tan
bien se ha dicho, no sólo es un monstruo del mal y la falsedad, sino
que, por sobre todas las cosas, es un auténtico estúpido y un
mentiroso. Personaje que todos llevamos dentro y que nos hace
vendernos constantemente por un plato de lentejas.
Por lo tanto, nada tiene
de irregular un proceso iniciático que se realiza por medio de las
enseñanzas, instructores y maestros de la tradición hermética -como
tampoco otro que se efectúe por la judía, cristiana, o islámica- y
que se desenvuelve en forma normal, pese a las dificultades,
sinsabores y paradojas de todo tipo, propias de esta vía
mágico-teúrgica -en la que se trabaja casi siempre en forma
solitaria-, aunque su realización se produzca en un medio tan
irregular como el mundo moderno. Y es necesario advertir, a las
personas a quienes comienzan a sucederles ciertos hechos referidos a
la apertura de su conciencia y les nace compartirlos, que deben
tener cuidado, porque estas cosas son peligrosas. Pero, también
pudieran sentirse lo suficientemente seguras como para vivirlos con
otros, u otro, entre los cuales se encontrará el Espíritu, según se
dice en los evangelios. Igualmente, se afirma que: "buscad y
encontraréis", y, asimismo, un adagio hermético asegura que: "cuando
el discípulo está, aparece el maestro". Este último, si la actitud
es adecuada, surgirá de todas maneras. Es conveniente aclarar, por
un lado, que nadie puede agregar un sólo codo a su estatura, motivo
por el cual ha de llegar hasta donde puede y debe, en el recorrido
de la vida y el conocimiento. Por otro, que al aspirante, a pesar de
sus múltiples méritos, todo le ha sido o le será enseñado. Que
ningún hombre puede ni podrá conocer estos secretos, ni descubrirlos
por sí mismo, si no es por revelación y por su participación en una
cadena iniciática, con la que se enlaza. La vía que aquí se propone
es la simbólica de la tradición hermética y su relación con la
simbólica y la mitología universal. Donde un símbolo o mito no
resulta claro, en tal o cual contexto, se busca la analogía
correspondiente en esta o aquella tradición. Las transposiciones y
relaciones que se efectúan con los símbolos constituyen gran parte
del trabajo hermético. Un símbolo chino, o precolombino, puede
iluminar inmediatamente un símbolo europeo y de esta manera
constituirse en parte integrante de un juego de relaciones, de
ideas, que si no fuese por su participación, no pudieran efectuarse.
Debe recordarse, una vez más, la energía-fuerza atribuida a los
símbolos en general y a los de la tradición hermética -en este caso
particular- y a su irradiación mágico-teúrgica. También debe
prestarse atención completa a los textos de los sabios, hierofantes
y magos, que actúan de una manera especial, entre quienes son
capaces de recibirlos, y los conducen al jardín del paraíso, o
estado adámico, restituyéndolos al andrógino original. En todo caso,
debemos señalar, para finalizar, que seguramente es muy beneficioso
el transitar específicamente una tradición religiosa determinada, y
practicar el rito exotérico correspondiente. Pero de ninguna manera
es imprescindible, pues los misterios de la tradición hermética -que
no es religiosa- y la iniciación en los mismos, no sólo constituyen
el patrimonio vivo de Occidente, sino también, acaso, su razón de
ser, como un gesto, o un color, en el espectro de la historia
humana.
NOTAS
1.
No confundir con la estrechez y el fanatismo de lo dogmático. (Retorno)
2.
Del latín tradere: transmitir. (R)
3.
Al que míticamente se le suele atribuir la paternidad del
código del Tarot. El ave Ibis es uno de sus símbolos. (R)
4.
Co-nocer = co-nacer. En francés es más evidente: co-naitre. (R)
5. Infer-nus. (R)
6.
Pensamos que no debe asociarse los misterios menores con el
budismo hinayana y los mayores con el mahayana. El hinayana designa el pequeño vehículo y significa
la vía que el adepto, o el monje, efectúa por sí y para sí. El mahayana o gran sendero, es la realización que no se
produce "hasta que la última yerba sea redimida", es decir,
la que se alcanzaría conjuntamente con todos los seres
sintientes. Esta diferencia no cabe entre los misterios menores
y los mayores. Tampoco que los misterios menores correspondan a
lo que ha dado en llamarse la vía húmeda y los mayores a la
vía seca. Ni que los primeros sean lunares y los segundos
solares. Los misterios menores corresponden a la totalidad de
la obra alquímica y a la astrología y, por lo tanto, a la vía
lunar y a la solar, la obra al blanco y la obra al rojo, los
pequeños y los grandes viajes. En los misterios mayores, la
idea de viaje, y aún la de movimiento, carecen de sentido. (R)
7.
Algunos toman específicamente el año 1492 como encrucijada de
este fenómeno histórico. Efectivamente, en esa época se
unifica la España católica, se descubre América y son
expulsados los moros y los judíos (e incluso los gitanos) de
la península Ibérica. Este tema exigiría un largo desarrollo,
que alguna vez intentaremos. (R)
8.
De más está decir, que esta degradación también afecta a la
Tradición Hermética, que en muchos casos ha degenerado en
parodias e instituciones pseudoespiritualistas, ocultistas,
teosóficas y en toda suerte de fraternidades y cofradías que
han usurpado determinados conocimientos, rebajándolos a la
trivialidad de su lectura literal. Lo mismo acontece con los
nombres y terminologías de la auténtica tradición, con los que
se comercia en forma descarada, cuando no "filantrópica". (R)
9.
¿Quién es Platón?, nos hemos preguntado varias generaciones
de lectores. (R)
10.
Todavía existe el esoterismo dentro de esta forma tradicional,
y no exclusivamente localizado en el monte Athos. (R)
11.
Actualmente no es difícil conectarse con miembros o
representantes de tradiciones orientales, ya sea viajando
hacia ellos o asistiendo a cursos y ritos en distintas
ciudades europeas o americanas. Especialmente maestros
taoístas y zen budistas, así como lamas del budismo mahayana. Igualmente existen en Occidente tarîqahs islámicas, entre las que podemos citar, en ciudades de
lengua castellana, la de Granada (España) y Buenos Aires
(Argentina). La tradición hindú es, desgraciadamente, la
víctima más notoria de todo tipo de fraudes. Donde esto es más
evidente, es en la propia India, y aun en ciudades sagradas
como Varanasi, Rischikesh y Harivard. Estos mismos peligros
existen dentro de la Tradición Precolombina, o mejor, entre
algunos que pretenden conocerla o aun representarla, lo cual
no es el caso, por supuesto, de sus auténticos jefes,
maestros, o de sus medicine men. (R)
12.
A la contemplación se la puede vincular, en mayor grado, con
la energía celeste, mientras que a la acción se la puede
conectar, más directamente, con lo terrestre. (R)
13.
En el sentido de sacrum-facere. (R)
14.
Interesa destacar la fuerza energética de la oración, su poder
de concentración inmediato, la necesidad de la invocación
incesante de los nombres divinos, su repetido recuerdo, su
memoria traída constantemente al siempre Presente. (R)
15.
Recordar los numerosos caballos mágicos, o que hablan, de las
distintas tradiciones y folklores. (R)
16.
En la tradición hermética suelen tomarse a veces como diez a
estos grados, siendo los siete primeros los de construcción
del ser o templo interno, el octavo de pasaje, el noveno de
conclusión de la Obra, y el décimo, el de coronación de la
misma o virtual salida del cosmos o de la perspectiva
espacio-temporal simplemente humana, que se ha ido modificando
poco a poco a lo largo del proceso. (R)
17.
Los puros, los no compuestos ni dobles. Los valientes y
generosos aspirantes al conocimiento. Nada que ver con las
piadosas "hijas de María". (R)
18.
Como los que desean ser ascéticos o estoicos, por la ascética
y el estoicismo como fines, y no como simples vehículos o
medios, que aparecen en el camino. Una vez más se hace de un
relativo un absoluto. (R)
19.
En lugar de utilizar ese fuego y domesticarlo, de tal suerte
que facilite la transmutación. (R)
20.
Son los chicos malos del paseo, o aquellos que ya "lo saben" o
que confunden su megalomanía con la verdad. Su deporte es la
constante manipulación. (R)

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