Sobre la misteriosa 'E' que hay en Delfos

Plutarco


(Fragmento de Sobre los oráculos, de Plutarco.
Ed. José J. de Olañeta, Palma de Mallorca, 2007)



Cuando Teón hubo terminado, creo que fue Eustrofo de Atenas el que, dirigiéndose a mí, me dijo:


“Ya ves con cuánto ardor defiende Teón la dialéctica. Poco ha faltado para que se pusiera la piel de león; y lo mismo tenemos que hacer nosotros, los que consideramos que el principio de todas las cosas en conjunto, de toda substancia y naturaleza, sea divina o humana, es el número, y lo consideramos en sumo grado guía y señor de lo que es bello valioso. No es natural que nos quedemos callados, sino que debemos ofrecer al dios las primicias de nuestras amadas matemáticas; porque nosotros pensamos que, si la ‘E’ merece un lugar de honor entre las letras, no es porque difiera en sí misma de las otras letras ni por el valor, ni por la forma, ni por el significado, sino porque designa el número cinco, número supremo tan importante y fundamental para el universo, a partir del cual los sabios denominaban ‘quintar’ al acto de contar.”


Eso me lo decía Eustrofo sin ánimo de bromear, porque por aquel entonces yo era un apasionado de las matemáticas; aunque, poco tiempo más tarde, tras entrar en la Academia, pronto iba a hacer honor al ‘nada en exceso’.


De modo que tomé la palabra y dije que la explicación de Eustrofo resolvía muy bien la dificultad por medio del número.


“Y es que -proseguí- siendo así que todo número se divide en par o impar, y puesto que la unidad es común a ambos (por eso si se añade al número impar, lo vuelve par, y si se añade al número par, lo vuelve impar), y dado que se considera que el primer número par es el número dos y que el primer número impar es el tres, y dado que la suma de estos dos números producen el número cinco, es justo que, siendo el cinco el primer número formado por el primer par y el primer impar, se le tenga en particular consideración. Lo llaman ‘el número nupcial’ por la analogía que existe entre lo par y lo femenino y entre lo impar y lo masculino. Porque, cuando se dividen los números en dos partes iguales, el par se parte completamente y sólo deja dentro de sí un vacío receptivo, por decirlo de este modo, mientras que, cuando se hace lo mismo con el impar, siempre queda en medio una pequeña parte tras la división. Y por eso el impar es más generador que el otro, y por eso en la unión siempre domina y nunca es dominado; pues la unión de ambos nunca produce un número par, sino siempre un número impar. Más aún, cuando los números de cada clase, par e impar, se aplican y suman a sí mismos, se muestra más claramente la diferencia: ningún número par que se combine con otro número par puede producir un impar, del mismo modo que no puede salir de su propia naturaleza; el número par es débil e imperfecto, y por tanto es incapaz de engendrar un número diferente de él. Los números impares, sin embargo, si se unen a otros impares, producen muchos números pares, puesto que el impar tiene una absoluta virtud generativa. No sería oportuno pasar ahora revista a las demás propiedades y diferencias de los números, pero baste recordar que al número cinco, resultado de la unión del primer número masculino y el primer número femenino, lo llamaron los pitagóricos ‘número nupcial’.


A veces también se lo ha denominado número ‘naturaleza’, puesto que, cuando se lo multiplica por sí mismo, él mismo aparece en el producto. Y es que, así como la naturaleza, cuando recibe y acoge trigo en semilla, lo hace pasar por toda clase de formas y aspectos por los que lleva a buen término su obra, pero al final acaba dando trigo y al final de todo restituye lo mismo que había recibido al comienzo, así también, mientras que los demás números, cuando se los multiplica por sí mismos, dan números distintos de sí mismos, únicamente el número cinco y el seis, cuando se los multiplica por sí mismos, se reproducen y se conservan al final del producto obtenido. Porque seis veces seis son treinta y seis, y cinco veces cinco son veinticinco. Por otra parte, mientras que esto le ocurre al número seis una sola vez, exclusivamente cuando se lo eleva al cuadrado, al número cinco le ocurre también cuando se lo multiplica, con la particularidad de se que produce alternativamente o a sí mismo o una decena, y eso hasta el infinito. En eso, este número imita al principio ordenador de todas las cosas del universo. Porque, así como dicho principio da forma al mundo a partir de sí mismo y luego se reproduce a sí mismo a partir del mundo, y así como


el fuego se convierte en todas las cosas,
y éstas a su vez en fuego,
el oro se convierte en moneda,
y la moneda se convierte en oro,


como dice Heráclito, así también la combinación del número cinco consigo mismo, por su naturaleza, no engendra nada que sea imperfecto ni que sea ajeno a sí mismo, sino que presenta cambios uniformemente determinados, porque, o bien se reproduce a sí mismo, o bien produce la decena, es decir, o un número propio de su especie, o un número perfecto.


Pues bien, si alguno se pregunta qué relación con Apolo tiene todo esto, diremos que todo esto no sólo tiene relación con él, sino también con Dioniso, que no tiene en Delfos una participación menor que la de Apolo. Oímos a los teólogos decir y cantar en himnos, unos en verso y otros en prosa, que la divinidad es incorruptible y eterna por naturaleza; y que, por efecto de una intención y una ley establecidas por el destino, sufre transformaciones; a veces su naturaleza se enciende [unificada] y equipara todas las cosas entre sí; a veces se diversifica y adopta toda clase de formas, estados y propiedades diferentes, como ocurre ahora, y entonces lo llamamos mundo. Ahora bien, para ocultarlo a la multitud, a esa transformación [del Dios] en fuego, los sabios la llaman Apolo por su unicidad, y Febo por su pureza inalterable; pero cuando las transformaciones [del Dios] desembocan en la organización del mundo en aire, agua, tierra y astros, en nacimiento de plantas y de seres animados, entonces los sabios emplean palabras enigmáticas para designar la transformación [del Dios] y hablan de [su] desgarro y desmembramiento, y lo llaman Dioniso, Zagreo, Nictelio e Isodetes, y describen toda una serie de muertes y desapariciones [divinas], seguidas de resurrecciones y renacimientos, y cada uno de ellos es un enigma y un relato mitológico que alude a los cambios de que antes hablaba. Y entonces cantan ditirambos en su honor, poemas llenos de apasionamiento y de exaltaciones que expresan turbación y desvarío; como dice Esquilo:


Mezclado con gritos debe el ditirambo
Acompañar en su fiesta a Dioniso,


mientras que en honor de Apolo se canta el peán, poema de musicalidad regular y apacible; y en pinturas y esculturas, los artesanos siempre representan a Apolo eternamente en plenitud de juventud y de frescor, mientras que a Dioniso lo representan con gran número de aspectos y formas. En suma, a Apolo se le atribuye uniformidad, orden y seriedad sin mezcla, mientras que a Dioniso se le atribuye una inconstancia mezclada de broma, desmesura y locura, y se le invoca como


Dios celebrado al grito de ¡evohé!,
Dioniso, que agita a las mujeres,
y que ellas cubren de los honores de su locura,


y en eso se capta bastante bien el carácter de cada dios, propio de la transformación que cada uno ha sufrido. Pero, puesto que la duración de los ciclos respectivos no es igual para las dos transformaciones, pues una, la que llaman ‘saciedad’ es más larga que la otra, la ‘indigencia’, se respeta aquí esa misma proporción y se canta el peán durante los sacrificios de la mayor parte del año, y con la llegada del invierno, se deja dormir el peán y se despierta al ditirambo, y durante tres meses se invoca a Dioniso en vez de Apolo. Se considera que esta relación de tres a nueve corresponde a lo que dura la [diversificación en la] organización del universo y lo que dura [su unificación tendente a] la conflagración universal.


Pero me he extendido más de lo que la circunstancia lo pedía; en todo caso, queda claro que se establece una relación específica entre el Dios y el número cinco, que unas veces se produce a sí mismo del mismo modo que hace el fuego, y que otras veces a partir de sí mismo produce la decena del mismo modo que el fuego produce el universo.”




 

 

 

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