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Harmonia Mundi
Francesco Giorgi
(Fragmento de Harmonia Mundi, de Francesco Giorgi.
En: J. Godwin (ed.), Armonía de las Esferas. Ed. Atalanta, Vilaür (Girona), 2009)

La consonancia de todas las cosas resulta de la unidad del Principio
Canto I, quinto tomo, capítulo 8. Cuando todas las cosas creadas son separadas y divididas en muchas porciones, permanecen disonantes a menos que a través de la debida armonía sean llevadas a la unidad. La consonancia, según la definen Boecio y Nicómaco, es la concordancia de voces iguales y desiguales reducidas a la unidad. Por tanto, la consonancia de este instrumento mundo es también una concordia de cosas iguales y desiguales reducidas a esa unidad primera, de modo que todas las cosas se regocijan en esa unidad, como Platón sostiene de manera sabia y profunda en el Parménides. (La oposición de Aristóteles se refiere más a las palabras que al sentido, como señala Simplicio.) Según Orfeo, Dios es uno a través de la identidad, mientras que cualquier otra cosa es considerada una a través de su diversidad, dependencia, participación y conexión con el Uno verdadero que es Dios. Ora las crea en su multiplicidad de especies, ora las reúne en una sola Idea creadora. Y de este modo, envolviéndolas a todas con el principio del que emanaron, las conduce y las empuja a la unidad.
Así pues, Platón y los otros pitagóricos, para demostrar que esta máquina es única a través de la Unidad suprema y está unida a través de la concordancia y la conformidad, reúnen las porciones iguales y desiguales de las cosas en sus proporciones y relaciones armónicas, afirmando que todas ellas proceden de la unidad y tienden a ella; y que el deseo de unidad es concedido por el Uno supremo, que se lo otorga a todas las cosas para que puedan ser una y aspiren a la unidad. Boecio dice que toda cosa tiene existencia en la medida en que es un número simple. Y todas estas cosas, dice Proclo en sus Teoremas teológicos, proceden del Uno, de manera que de continuo se apresuran a volver allí, coincidiendo con este Uno con tanta mayor concordancia cuanto mayor es su participación en él. Una cosa más es necesaria: conocer la finalidad y el objetivo en el que toda cosa es bendecida y reposa. Pues dice Dionisio que el Creador, como causa de todo, convierte todas las cosas a sí mismo, no sea que, abandonadas a sí mismas, no lo alcancen o se extravíen.
Las notas del heptacordo corresponden al alma
Capítulo 9. Puesto que Platón ha descrito mediante este heptacordo tanto el alma humana como la creación del mundo, debemos investigar de qué manera se adapta al alma humana. Primero suponemos que el alma, independiente de todas las leyes corpóreas, no es un número [cuantitativo]: por ello no está dividida ni multiplicada por partes, sino que es un número substancial, uniforme, independiente y racional, que supera con mucho cualquier cosa corpórea o material. Por eso su división no es según la forma de la materia, ni de las cosas viles y ordinarias, sino que procede de la causa eficiente (como dice Proclo). El alma es dividida por la medida perfecta de todas las cosas que el Creador siguió cuando dividió el universo en modelos inteligibles. Este tipo de división inmaterial, intelectual y no adulterada reside en el alma; es la perfección de toda substancia animada, el elemento generador de la multiplicidad que se encuentra en ella y bajo ella, y la conduce a un orden simple a través de la armonía. Une las partes separadas y es la causa de la pureza sin tacha, concediendo al alma la coherencia racional de su multiplicidad, de manera que el alma (como enseñan el Timeo y Platón) es tanto divisible como indivisible. Pues si, como dice correctamente Aristóteles, hay algo divisible en las cosas indivisibles que las contienen, cuánto más debe haber algo indivisible que permanece por siempre en las cosas que tienen una naturaleza indivisa.
Pues el eterno Hacedor y Creador de todo hizo el alma como un todo unitario antes de la división y la otredad. Pero el Productor eterno, cuando produjo lo uno, no destruyó enteramente lo otro: la totalidad no fue destruida por la producción de las partes, sino que permaneció y preside dichas partes. Tampoco las partes producidas fueron anteriores al conjunto, sino el conjunto anterior a las partes, no siendo integral sino esencial. De este modo, la substancia del alma es un todo que contiene partes: uno, y sin embargo una multitud reunida en maravillosa armonía. Quien quiera verla, no debe orientar sus esfuerzos hacia el objetivo de las especulaciones matemáticas, sino que debe elevarse al máximo hacia el lugar de encuentro con la substancia viviente, sopesando correctamente el todo triple. El primero es anterior a las partes; el segundo está constituido por esas partes; el tercero está en cada parte. Platón habló de lo que es anterior a las partes, que no se consume en la producción de éstas, sino que permanece. Pues lo que produce las partes es bueno y no las disuelve, ya que la disolución es la función del mal, no del bien. Así pues, esa totalidad, precediendo a las partes, permanece; y aquello que se dice que es de las partes disuelve; y la reunión de las nuevas partes realizada por la ratio armónica perece en la disolución de las partes. Pues lo que es en las partes es lo que Platón designa mediante los círculos en que él divide el alma. El alma es, por tanto, una y múltiple, teniendo su unidad en el Intelecto, y obteniendo su cualidad y multitud de abajo. Todo lo que es único se divide cuando desciende a las cosas inferiores y, a la inversa, cuando vuelve a sí mismo se recoge y se reúne, según los caminos dionisíaco y apolíneo. Así lo describe Proclo, recurriendo a los teólogos antiguos, Orfeo, Hesíodo, Eurípides y Esquilo, que revistieron con fábulas lo que aprendieron de los hombres divinos. Pues, como ellos enseñan, el Sol divino es el arquetipo del que emanan todas las diversas bellezas, todos los adornos, todas las armonías agradables, y toda la vida. En su mano derecha está la compasión y el bienestar; en su mano izquierda el severo castigo.
Pero aquellos profetas gentiles, fuera porque percibían los sacramentos de Dios, fuera porque deseaban ocultarlos, atribuían todo lo que toma su energía del Sol supremo a ese Sol que vemos con nuestros ojos corporales. A éste lo llamaban Febo, Apolo, Sol, como hemos dicho anteriormente, y decían que blandía gracias en la mano derecha, y un arco y flechas en la izquierda. También lo llamaban Baco y Liber Pater. Pero dejando de lado estos nombres para el presente discurso, lo llamaban Dioniso por la noche; como tal, desgarraba y desmembraba, y él mismo era descuartizado en siete pedazos; pero lo llamaban Apolo por el día, durante el cual restablecía lo que había sido desgarrado, y él mismo integraba sus siete partes.
Este septenario le es tan grato que siempre procede por grupos de siete; por eso lo llaman el Señor del Septenario. Esto deriva de la unidad, el binario, y el cuaternario, de donde surge el disdiapasón, que es la armonía más perfecta. Y al septenario se le atribuye la autoría de la vida y su disolución, por estar compuesto del primer número impar, 3, y el primer número impar, 4 (pues los pitagóricos no consideran que el 2 sea un número, sino una confusión de la unidad). Así pues, del par y el impar, como activo y pasivo, se componen todas las cosas; y de la misma manera se disuelven. La generación y la vida proceden de la luz celestial y la fuerza unificadora, pero la disolución procede de las regiones infernales y la noche desmembrante. Esa es la razón de que por la noche se le llame Dioniso separador, y por el día Apolo unificador, así llamado como disipador de males. Por ello los antiguos decían «Apello» en vez de Apolo, y los atenienses «Alexikakos», es decir, el que aleja los males, mientras que Homero lo llama «Ulion», generador de salud. En él reside esta unidad que hace perfectamente consonantes a todas las cosas.
Aunque parezca que esa división se ha producido por obediencia a las cosas inferiores, en realidad no ha renunciado a su condición, sino que junta y reúne lo que está disperso. Esta es quizá la fuente del dicho del regio profeta: «Retiras tu hálito (el espíritu de unidad y unificación), y todas las cosas, abandonadas a sí mismas, expiran, y vuelven al polvo; pero renuevas el espíritu de vida y unificación y todo se renueva y se crea de nuevo sobre la faz de la tierra» [Salmos 104, 29]. Y porque es el Dios bendito quien hace estas cosas, continúa: «Gloria a Dios para siempre, sea el Señor alabado en sus obras», porque él las ha conducido a su temperamento debido y a la unión con el principio del que proceden, pareciendo haberse separado de él por su naturaleza divisible. Sin embargo, nunca son abandonadas por él, aunque permanezcan en disolución perpetua, pues su unidad está siempre presente en ellas. Esta unidad las asiste perpetuamente, precediendo y siguiendo a las partes y finalmente atrayendo hacia sí a todas las cosas separadas.

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